El día poco a poco llegaba a su fin, una brisa suave y fresca entraba por la ventana hasta el sillón donde Cecilia descansaba, los ya tenues colores dorados del sol pegaban en su rostro haciéndola lucir como en un hermoso cuadro del mas hábil pintor.
Recordaba entonces como muchos años atrás se veía obligada a salir de su casa, y como en la puerta, le daba miedo mirar atrás, tenía la certeza de que si lo hacía se arrepentiría y volvería atrás, tenía miedo de encontrarse con esa mirada suplicante, llena quizás de lágrimas, la culpa y duda le embargaban atormentaba su corazón y su mente, preguntándose cada vez, si estaría haciendo lo correcto.
“Dolía cada vez que tenía que dejarte… dolía” recordaba Cecilia y una lágrima sin querer le recorrió la mejilla.
También recordó los bellos momentos que pasaba con el, de los días libres en el zoológico, de los castillos de arena en la playa, de los helados en la plaza, de las caras graciosas, de las miles de risas, juegos, bailes, canciones, de los sueños calmos, de los llantos, de los regaños, de las reprendidas, de los castigos. Y de esto último aun no estaba segura, muchas veces solo se dejaba guiar por el corazón, como si de un instinto protector, se tratara.
Aun se preguntaba si el tendría algo que reprocharle, si eran cierto las palabras que alguna vez se atrevió a gritarle cuando ella lo obligaba a levantarse para cumplir con sus compromisos, con sus estudios, con su trabajo.
“¡Dejame en paz!” Le gritaba el, sin saber el efecto que provocaba en ella.
Alejandro se acercó en ese momento a ella, sacándola de sus meditaciones.
-¿Todo bien?- pregunto el
-Todo bien, solo, recordaba… ¿Sabes? Aun me siento mal por las veces que tuve que dejarte, se me partía el corazón, pero es que no tenía opción… yo-
-Lo, sé- se apresuró Alejandro a contestar, y arrodillándose junto a ella, tomo sus manos.
-Todo lo que hiciste mamá, te lo agradezco porque has hecho de mi lo que soy, un hombre de bien, me enseñaste a trabajar, a ser responsable, una persona honesta, independiente, temeroso de Dios y aun los días en que me obligaste a levantarme para hacer mis deberes te lo agradezco, lo más increíble de todo es que lo hiciste tu sola, supiste ser papa y mama al mismo tiempo, supiste ser ejemplo de integridad para mi, sé aunque jamás lo reconozcas que lloraste muchas veces sola por las noches, que prácticamente te quitabas el pan de la boca para dármelo a mi, que preferías comprarme a mí zapatos o una libreta para la escuela, que comprarte algo bonito para ti, que pasabas algunas noches en vela angustiada, cuidándome de fiebre y otras ingeniando algun disfraz o manualidad para que llevara a la escuela, que caminaste mucho bajo el sol para darme una oportunidad en la vida, tus manos curtidas y cada arruga en tu rostro fue por vivir, y por vivir es que estoy aqui. Lo hiciste bien mamá, mírame… lo hiciste bien, te amo mama, gracias por todo- declaraba el hijo, acercando amorosamente las manos de su madre a su rostro para besarlas con devoción.
Cecilia conmovida por aquel reconocimiento, se sintió orgullosa, convencida de que las palabras dichas, eran el resultado de lo que siempre, cada día, anhelo en su corazón.
-Mamá esta anocheciendo… si quieres descansar puedes hacerlo… yo estaré bien, te lo prometo- pronunció Alejandro con la voz entrecortada.
El dolor que le aquejaba por la enfermedad, que le robaba la vida, desapareció en ese instante, y satisfecha Cecilia cerró sus ojos.
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“Mujer virtuosa ¿Quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” “Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” Proverbios 31: 10,31
En memoria de Lupita, una mujer ejemplar